Por        Alexis Cortés Montecinos Psicólogo Unidad de Corta Estadía Hospital Psiquiátrico Philippe Pinel

La OMS y OPD asignan fechas que nos recuerdan problemáticas de Salud Pública, en este contexto este viernes 10 de septiembre nos convoca la prevención del suicidio. El suicidio, es un hecho infrecuente en la población general pero su alto impacto en su entorno próximo y la relevancia en  tasas de muerte en adolescentes y ancianos nos hace invertir esfuerzos en comprenderlo y ser agentes de prevención. La comprensión desde la vivencia individual va desde una búsqueda de alivio, petición de ayuda, manipulación del entorno, castigo o falta de alternativas a estresores.   

En Chile, la mortalidad por suicidio alcanza a 10,6 por cada 100.000 habitantes, si bien esta tasa no destaca entre otros países (incluso comparando con países del hemisferio norte claramente industrializados), resulta como una conducta prevenible al entender  que es un proceso o continuo en la vivencia de un individuo, más aún el velo de la pandemia que se impone como factor de riesgo develando estresores como fragilidad económica, soledad, quiebres afectivos, y violencia intrafamiliar lo cual nos emplaza en estar atento de algún signo que nos alerte de este riesgo.

¿A qué debemos estar atentos entonces? La suicidalidad es un fenómeno multifactorial para su comprensión, donde destacan diversos factores de riesgos, entre estos:

Etapas vitales como es la adolescencia y vejez. En lo social, la experiencia de cesantía y falta de redes, a nivel biológico la presencia de Trastornos Afectivos (Bipolaridades y Depresiones Severas) y más aún, quienes han estado hospitalizados, afectaciones por enfermedades crónicas,  antecedentes familiares de ocurrencia de suicidios, los rasgos impulsivos/agresivos, abuso de drogas y atribuciones de desesperanza constante. Todo lo anterior, favorece el paso a la acción del suicida.

Este paso a la acción es el acto suicida y observemos esto como un continuo en el cual se consolidan desde deseos o ideas de muerte hasta un método planificado para consumarlo. Así, se torna muy relevante intervenir en esa trayectoria de tiempo ya que esta se acelera de meses a horas sumando precipitantes como rigidez de la conducta del individuo que para él, es la experiencia de lo inevitable. Pero contrario a esa determinación  es otro, a saber,  un familiar, amigo, personal de salud, colega que puede frenar y ayudar remitir este proceso.

Para impedir un desenlace trágico podemos utilizar la siguiente estrategia: PREGUNTAR, un 80% a 90% de los que fallecen en suicidio advierten a través de una carta, o son capaces de verbalizar su tendencia a no vivir. La pregunta seguramente permitirá confort y sensación de alivio. PERSUADIR, “el mantenerlo en el mundo” favoreciendo y reforzando hábitos protectores (como el alejamiento al método suicida) la búsqueda de otras alternativas ante  conflictos presentes. REFERIR, acompañamos y favorecemos la consulta oportuna con personal de salud, para que ellos puedan realizar un plan de seguridad, de esta forma somos parte de “una cadena de sobrevivencia” ante quienes mantienen esta tentativa.