Como todos los Domingos publicamos una crónica hecha llegar a nuestro medio por, por Christian Rodrigo Nuñez La Rosa, Cronista y recopilador de Historias. para Putaendo Informa.

LA SOCIEDAD ENTERA PIDIÓ LA PENA DE MUERTE, EN LA CARCEL SE REHABILITÓ Y PASO A SER UN HOMBRE DIFERENTE, PERO FUE FUSILADO.                                                                                          ANTE EL TRISTE CASO DE ÁMBAR ES PRECISO PREGUNTARSE ¿TIENEN DERECHO A UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD LOS ASESINOS?

Esta semana nos enteramos de una triste noticia, la muerte de Ámbar, una joven alegre que a pesar de una vida difícil que le toco enfrentar, nunca perdió su alegría y las ganas de soñar y convertirse en funcionaria de la PDI, los mismos que encontraron su cuerpo dentro de un cooler en la casa de la pareja de su madre.

Este caso muy doloroso para nuestro país, hace que muchos pidan que se vuelva a restaurar la pena de muerte como solución a estos lamentables hechos, y que tienen casi siempre como víctima a mujeres y niños.

En el año 1960 las paginas policiales se tiñeron de rojo intenso y no solo por uno, sino por seis cruentos crímenes.

Jorge del Carmen Valenzuela Torres había nacido en 1922 en la localidad de San Fabián de Alico en la región de Ñuble. Fue abandonado al nacer, no sabía el nombre de su madre y mucho menos el de su padre, era completamente analfabeto sin saber leer ni escribir, no tenía familia ni recuerdos de su niñez, nunca tuvo la posibilidad de visitar un colegio, aunque tampoco sabía que existían. Su alimentación era paupérrima y solo se daba un festín cuando cazaba algún conejo por el campo o cuando comía pescado atrapado en ríos o lagos por los cuales pasaba, en otras tenía que conformarse con masticar pasto, raíces o robar alguna fruta colgada en algún árbol.

En este Chile rural estos personajes eran conocidos como “Gañanes”, vivían como empleados de cualquier fundo donde los pudieran recibir, claro está sin recibir un sueldo, ni alimentación y menos techo, debían de conformarse con tener un lugar donde levantar su choza de palos y latas para guarecerse de la noche. Esto era muy común en tiempos anteriores a la reforma agraria, donde los terratenientes o dueños de fundos explotaban a los campesinos, sin ninguna contemplación ni miramientos, era tal el maltrato hacia sus peones que inclusos algunos eran marcados con fuego en el pecho como escarmiento, algo similar a lo que se hacía con los animales. En este mundo se crio “el canaca” como era conocido Valenzuela.

En una tarde mientras vagaba sin rumbo fijo por el campo se encontró con   Rosa Rivas, una mujer que trabajaba como cocinera de un fundo, Viuda y madre de cinco niños, la ayudo a cortar la leña y ella en agradecimiento lo invito a comer, desde ese instante comenzaron una vida familiar.

El patrón de Rosa le advirtió en innumerables ocasiones que abandonara su relación con el “canaca” por su afición al trago, pero ella se aferraba a su compañía, aunque el fuera un alcohólico. Finalmente, la cocinera fue despedida, emprendieron el rumbo hacia el rio Ñuble, acampando en el fundo Nahueltoro donde se quedaron definitivamente.

El 20 de agosto, completamente ebrio, pero con las ganas de seguir tomando Valenzuela Torres se acercó hasta su conviviente Rosa Rivas, en busca de la pensión de viudez que la mujer debía retirar cada mes en San Carlos. Rosa venia llegando sin ningún peso en los bolsillos puesto que un trámite burocrático le había impedido retirar el dinero. Frente a esta situación Valenzuela reacciono violentamente y tomando la guadaña, con la que usualmente trabajaba, le dio muerte. Luego hizo lo mismo con los cinco hijos de la mujer, entre ellos un bebe, luego los tapo con piedras a cada uno de ellos con el fin de que los animales no se los comieran. Los cuerpos fueron encontrados por el dueño del fundo quien dio aviso a Carabineros.

Valenzuela Torres, después de cometer el crimen huyo del lugar en dirección a la cordillera por lo que se organizó una tenaz búsqueda para atrapar a la “bestia humana” acorralada en los cajones cordilleranos, a unos 150 kilómetros de Chillan.

Finalmente fue detenido en una pobre ramada de la localidad de General Cruz con una barba de varios días, con hambre y sed, totalmente abatido. La curiosidad del público, la avidez periodística y el deseo de venganza de la iracunda muchedumbre, obligaron a carabineros a protegerlo con medidas especiales”.

La brutalidad de los asesinatos hizo que la prensa lo llamara como “el chacal de Nahueltoro”, otros medios lo sindicaban como el infeliz o simplemente como un “asesino bestial”.

En la cárcel Chillaneja se arrinconaba en la pared y apenas Gruñia o sollozaba como un animal, a veces dando sonidos guturales inentendibles.

Su estadía en la cárcel fue lo mejor que le había tocado vivir, conoció lo que era la comida caliente, dormir en una cama y sobre todo vestir ropa y calzado. Supo que vivía en un país llamado Chile y que el mundo era mucho más grande que los lugares que él conocía, además se convirtió al catolicismo creyendo en un Dios del cual ignoraba de su existencia, conoció la solidaridad de otros seres, comenzó a practicar deporte siendo muy hábil para el futbol, aprendió a leer y escribir, perfecciono un oficio como fabricante de guitarras y por último se dio cuenta de la atrocidad que había cometido arrepintiéndose por tan deleznable hecho.

Los funcionarios de la cárcel se encariñaron con él, la sociedad se enteró de la transformación del asesino a un ser de bien, la discusión se dividía entre los que creían que “el chacal” merecía la pena de muerte y los que pensaban que debía de ser indultado.

Todo esto quedo en manos del Presidente Jorge Alessandri, conocido como “el paleta”, quien no le hizo honor a su seudónimo, ya que no concedió el indulto Presidencial.

El día 30 de abril de 1963 se llevó a cabo su condena a muerte por fusilamiento. Tras un viento crujiente acompañado de gruesa lluvia que seis horas antes soplaba en la ciudad, a las 07.21 justas de la mañana expiro en el banquillo Jorge del Carmen Valenzuela Torres, el gañan de 23 años de edad que el atardecer del 20 de agosto de 1960 se transformó en seis veces asesino. A las 05.20 de la mañana se puso frente a una mesa y hasta las 05.40, escribió serenamente. Se trataba de una extensa carta dedicada al alcaide y personal de la cárcel a quienes agradecía las atenciones recibidas, diciéndoles que solo en ellos hallo la ternura que la sociedad le negó por muchos años. Jorge del Carmen Valenzuela llego tranquilo a cumplir su condena. Ni una queja, ni una preocupación se advertía en su paso que era seguro, no obstante, los grillos que llevaba. Las cámaras fotográficas funcionaban sin cesar, siguiendo paso a paso el camino al patíbulo de Jorge Valenzuela. El sacerdote permaneció junto al homicida mientras el comandante Layera hacía con la mano derecha una leve seña para que el capitán Iván Sepúlveda entrara a la cárcel con los ocho hombres del pelotón de fusilamiento. Estos avanzaron sigilosamente sobre sus zapatillas de goma, evitando hasta el más pequeño ruido y se instalaron dando la espalda al mar y a unos cinco metros del banquillo. Los cuatro de adelante estaban hincados y los otros cuatro se mantuvieron de pie. A otra señal previa convenida, el capellán comenzó a retirarse del banquillo, junto al comandante Layera. El primero elevo el tono de su voz, para simular que seguía rezando al lado del ajusticiado. En ese instante, el capitán Sepúlveda, apenas se levantó la espada. Eran las 07.21 horas. Los ocho fusileros dispararon casi simultáneamente y de inmediato se retiraron al interior de la cárcel, por el mismo portón por donde entraron. El jefe del pelotón permaneció en su puesto. Hubo un instante de suprema consternación cuando el doctor Pedro Lama se acercó de nuevo al reo, y lo ausculto cuidadosamente, de preferencia en la región del corazón. De las ocho carabinas, solo una estaba sin balas. Cuatro tiros dieron directamente en el corazón y tres en el tórax.

Paradójicamente en las paredes de la cárcel estaban escritas dos frases. “Sean estas cuatro murallas manantial de reforma y fe”, la otra  “Redimir no reprimir”, la primera se cumplió, la segunda obviamente que no.

Sus restos fueron enterrados en el Cementerio de San Carlos, convirtiéndose en lugar de peregrinación de favores hasta el día de hoy por muchas personas que allí acuden a visitarlo. Así lo delatan las numerosas placas y ex votos por favores supuestamente concedidos.

¿Está Usted a favor de la pena de muerte? Y si usted debiera decidir sobre un indulto ¿Qué decisión tomaría?

Nos vemos la próxima semana.