Por Carla Contreras Oyaneder Asistente Social centro de salud mental comunitario San Felipe
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es una de las áreas más desatendidas de la salud pública. Cerca de 1000 millones de personas viven con un trastorno mental, 3 millones de personas mueren cada año por el consumo nocivo de alcohol y una persona se suicida cada 40 segundos. Y ahora, miles de millones de personas de todo el mundo se han visto afectadas por la pandemia de COVID-19, que está teniendo repercusiones adicionales en la salud mental de las personas. Frente a ellos, una de las áreas relegadas históricamente ha sido el abordaje de la Salud Mental desde una perspectiva de género.
Las mujeres con problemas de salud mental sufren una múltiple discriminación. Por un lado, las vinculadas al mero hecho de ser mujer, el rol social y cultural que se les asigna. Por otro lado, tener problemas de salud mental y por último, la imagen social estigmatizada de la salud mental con respecto a otras complicaciones de salud, sufriendo el riesgo de rechazo, aislamiento y exclusión social. Por tanto, estamos ante tres categorías diferentes de discriminación (mujer, Salud mental/discapacidad y estigma social) que interactúan de manera simultánea.
Otro aspecto importante de mencionar es que las mujeres con problemas de salud mental, enfermedades mentales y/o en situación de discapacidad, no han sido tomadas en cuenta a la hora de luchar por sus derechos quedando excluidas e invisibilizadas durante todos estos años. Para las personas en general, ellas han sido consideradas durante años como objetos que debían ser atendidas, pero nunca como sujetos titulares de derechos y por lo tanto, protagonistas de su propia historia, reproduciendo las inequidades, legitimando las diferencias de poder y la exclusión social. .
En diversas oportunidades las mujeres con problemas de salud mental son estereotipadas y etiquetadas con frases tales como “vagas”, “incapaces”, “flojas”, “malas madres”, “desaliñadas”, “histéricas”, “sensibles” e “inferiores”. Estas percepciones también las condicionan con su entorno al momento de expresarse, porque se le da poca credibilidad a su relato y se les descalifica cuando sufren y argumentan algún tipo de abuso o violencia. De esta forma internalizan los prejuicios sociales, asumiendo una condición de inferioridad que genera sentimientos de vergüenza, humillación y culpabilidad.
Finalmente. se ha estado trabajando en los últimos años para minimizar el estigma y sensibilizar a la comunidad, sin embargo, este proceso pasa también por el empoderamiento de las mujeres, el reconocimiento de sus necesidades específicas en salud mental, la organización y participación ciudadana, que se escuche su voz y la discriminación que sufren y de esta forma efectiva visibilizar la realidad que padecen.